Los dos sentados en la mesa de un bar cualquiera, uno con su cerveza y la otra con su fanta de naranja, ambos mirando al vacío y sin dirigirse palabra alguna. Se pasarán ahí por lo menos una hora; sobre las 8.30 se pondrán en pie con mucho esfuerzo, ayudándose el uno al otro, se acercarán a la barra a pagar, despidiéndose con cariño y cansancio del camarero, y se dirigirán a su casa, donde ella le preparará una sopa caliente y unas croquetas, verán el telediario de Canal Sur y se acostarán a eso de las 10.30.
Muchas veces me pregunto por qué no lo dejo todo y me voy a un asilo a cuidar viejecitos, y a la mierda la intelectualidad, las aspiraciones culturales y políticas, las ganas de viajar y estudiar doctorados o másters...
Quienes me conocen saben que soy una apasionada de las miniaturas... me provocan una inmensa ternura, y me recuerdan a la infancia, y por eso también me encantan los niños. Están aprendiendo a vivir, y se caen y lloran, y luego se levantan y siguen andando, habiendo olvidado al segundo lo que sufrieron por el dolor, porque todavía las caídas no les dejan huella. Están indefensos, pero tienen toda la vida por delante.
Sin embargo, no ocurre así con las personas mayores, con la tercera edad, CON LOS VIEJOS (ostia). Son como niños, niños encerrados en cuerpos arrugados y decrépitos, tambaleándose en el borde, a punto de morir. Ese "a punto de" me aterra, me asusta, me angustia; por eso sé que sería feliz si cada día de mi vida pudiera ayudar a esas personas a vivir un poco mejor. No es conciencia cívica, no es un "mm, creo que estaría bien hacer algo de voluntariado", no es un acto altruísta. Es 100% egoísta. Por alguna razón que no alcanzo a comprender, me siento en deuda con ellos.
Igual un día lo hago. Si fuera valiente...
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