Marcando cualquier teléfono al azar,
a cualquier hora,
comprobarás que todos están no disponibles,
que ninguno está dispuesto,
que no han regresado a casa,
que fallecieron,
que se mudaron de planeta,
que suelen llamar con tarjeta.
Y qué vas a hacer salvo creer que es cierto.
Agarrarte a la mesa temblando,
asirte al borde de la silla,
y seguir llamando.
Todas las puertas serán dignas de tus dedos.
Todos los timbres serán eco de tu rabia.
Llamarás, llamarás.
Quizá
busquemos
el mejor
momento. Quizá nunca
sea el mejor momento.
Los contestadores manuales y las marchas
se quedan atascados y gritan,
postergan su rabia hasta mañana.
Los buzones a reventar de promesas
y quejas sin cumplr,
y muchos meses más tarde,
frente al pelotón de fusilamiento,
una teleoperadora juró que nunca más
volvería a pasar hambre.
11 Noviembre 2006