Es curioso como a lo largo de la vida nos sentamos en casa a esperar acontecimientos, o nos vamos en busca de ellos como si pensáramos que van a cambiarnos totalmente, que van a dar un nuevo rumbo a las cosas. Pensamos que el primer viaje será algo importante, que lo será el primer beso, la primera pelea, la primera vez en el sexo, el primer día de universidad, la primera borrachera, la primera vez que vivimos solos. Oímos a la gente contarlo, y nos mordemos las uñas con ansia pensando "Cómo será, cómo será". Luego nos pasa, lo vivimos, y vemos que no era para tanto. O sí, fue genial, maravilloso, u horrible, odioso, y quizás en esos momentos nos tememos que nos marcará para siempre, que después de eso todo será diferente, aunque intentemos evitarlo (a veces no queremos evitarlo).
Sin embargo, al pasar algunos días, o incluso meses, nos damos cuenta de que no ha cambiado nada. Seguimos con los mismos problemas, el mismo miedo a volar, la misma fea costumbre de no recoger la ropa sucia después de la ducha, la manía de hacer las maletas el último día, de morder el labio inferior al besar, de gritar demasiado o no gritar nada en según qué situaciones. No ha cambiado nada, no nos sentimos mejores ni peores, y lo que duele sigue doliendo.
Al volver de una experiencia que se supone que es importante, de ésas que nos anunciaban en el SuperPop y en el Vale unas niñas precoces que -probablemente- habrán acabado estrelladas en infiernos de drogas, sexo o alcohol, y que nosotras devorábamos con impaciencia y ansiedad, buscamos dentro de nosotras ese resto, ese polvillo dorado en nuestros dedos que confirme que sí, que nos ha ocurrido algo único, mágico si quieres; no esperamos encontrar en el espejo las mismas ojeras, los mismos reproches, el mismo nudo a la altura del estómago, y sin embargo, ahí están.
El miedo previo, ese terror mezclado con excitación y nervios, da paso a la rutina de otra vida, y esa rutina, luego, se cambia por otra. Es tan sencillo como eso, aunque no lo sea y con el tiempo nos daremos cuenta de que nunca, nunca fue tan sencillo. De que no fue simplemente volver, cambiar de ubicación, de calles, de centro histórico, de amigos y de sitios donde tomar cerveza. Cambió todo, cambió lo de dentro, y ya nunca se vio lo de fuera igual.
Pero es igual, todo se siente de una forma tan extraña, tan extraña que es igual que la anterior, todo es como antes, o será que es una ilusión del cuerpo, para que no le cueste tanto adaptarse. Nada cambia, no hay tsunamis que destrocen las islas británicas, como no hubo catalanes que invadieran Valencia unos días antes de que yo pusiera los pies allí. No habrá tampoco bretones en Amiens ni mafiosos sicilianos en Florencia, ni vikingos en Estocolmo, españoles furiosos en Amsterdam o fiordos asesinos en Oslo. Todos nos vamos, nos hemos ido, nos iremos, y no cambiará absolutamente nada; nosotros seremos otras personas, seremos tan diferentes que todo parecerá igual. It's not a big deal.
Yo también muerdo el labio inferior al besar ;) Te veo con profundidad, Mer...
Aquí hay una paradoja que, en realidad, responde a la confusión entre dos planos: por un lado, el plano cósmico, donde efectivamente todo dará igual; por otro, el plano individual, humano, donde importan los pequeños cambios y donde las cosas sí se notan. Hay veces que los tsunamis ocurren, ya sabes...
Pero cuando sobrevives, la vida va teniendo un aire gastado, es cosa de crecer :P.
xDDDDDDDDDDDDDDDDDDDDD (te voy añadir a la lista negra, sólo pa joderte :P)
En realidad creo que bastaría con decir eso, pero concretaré: no sabes (pero sí lo sabes) cuánto te entiendo. No sabes (pero sí lo sabes) cuánto te quiero.
Y no, no es tan sencillo, nunca lo fue. Y sin embargo lo es.