Siempre que me aproximaba a tus alrededores, ya fuera a pie, en coche, en bus, de noche, de día, por la tarde, invierno, verano o primavera, tenía la sensación de que eras como dos grandes ojos encajados en medio de la ciudad, mirando al río que tuvieron que secar vuestros abuelos, contemplando el cielo, la luna de Valencia.
Esos ojos que me miraban al menos una vez por semana, porque no podía pasar mucho tiempo sin verte. Me encantaba levantar la vista desde el libro hasta ti, y asegurarme de que seguías ahí, presidiendo el casco antiguo y prácticamente todo el señorío de esta ciudad, que no sabría muy bien si definir como moderna o antigua, "ni como Sevilla, ni como Madrid, ni como Barcelona, sino todo lo contrario...". Me encantaba pasar por debajo de ti y encontrarme esa calle Serranos, empedrada y casi peatonal. Me encantaba seguir por ella hasta desembocar en las pequeñas placitas típicas de El Carmen, mirando a un lado y a otro y descubriendo casas viejas adornadas con andamios aún más viejos, porque allí todos se rindieron al paso del tiempo y pararon de luchar (casi parece que el andamio está puesto desde antes de que aquel balcón empezara a caerse).
Me encantaba volver a ti desde dentro: me servías de puerta, de despedida. Mirando atrás decía adiós de nuevo a este barrio, a sus casitas viejas y sus calles llenas de polvo, indigentes y, de noche, Erasmus vendiendo cerveza a un euro, escondida en contenedores por si venía la poli. No puedo usar el pretérito perfecto simple, no puedo ponerle fin a esto. No puedo decir que aquello quedó allí y por eso cuando, en mi mente, coloco mis pies sobre las calles que se extienden detrás de ti, más allá de ti, las lágrimas vienen a mis ojos, sin que yo pueda entender bien por qué, porque no te has ido, allí sigues. Tu y las otras doscientas cosas que me enamoraron, en las que dejé un trocito de mi corazón. Puedo volver cuando quiera, y no sólo tú me recibirás con los brazos abiertos. Cuando me tumbo por las noches en mi cama, cierro los ojos y me imagino que estoy en mi cuarto, que acabo de volver de la calle Caballeros, que acabo de caminar por la plaza del Tossal para desembocar en tus ojos, para buscar medio borracha un taxi que nunca llega, pero qué más da, mientras pueda contemplarte.
Deseando volver estoy ya, esperando con ansia el momento de poner mis pies entre tus grandes ojos, de nuevo.
Te quiero :)
Un beso.
Creo que todo el mundo tiene ese monumento o arquitectura que perdura a través del tiempo y es lo que le evoca a un tiempo mejor, a su niñez, a su juventud,... Yo siento algo similar con la Universidad de Alcalá... Siempre tan señorial, como escondida entre las calles, pero siempre ahí, perpetua, palpitante, olvidada a veces, sin embargo forma parte de todos,... es nuestra seña de identidad en el fondo.. perdón que me enrollo. jijiji
Yo tb te espero con los brazos abiertos...