Primero se alzaron en cabinas, cabinas llevadas por grúas, grúas colocadas a los lados, para colocar alrededor del monumento muchas cuerdas, cuerdas llenas de pólvora, pólvora y dinamita, dinamita y mechas. En el interior del edificio fueron tirando petardos, fuegos artificiales, cohetes, bengalas, que empezaron a explotar muy rápido hasta que la base de la Falla parecía un hierro incandescente, de puro rojo anaranajado que estaba. Estaba en medio de la calle, en un cruce amplio de dos avenidas, rodeada de edificios que le desafiaban en altura, pero no le alcanzaban en belleza. De repente salieron luces de donde sólo había oscuridad y silencios, silencios y trabajo duro, y bomberos y camiones, y policías tratando de frenar a la gente, que hasta con los ojos se la estaba comiendo. Las luces llegaron al cielo, y empezaron a explotar, y hacer ruido, un ruido que cada vez se hizo más insoportable, que se te colaba dentro y no te dejaba cerrar los ojos ni respirar, porque todo estaba estallándote en el mismo centro del corazón.
Y luego, así porque sí, un brazo de esa mujer enorme empezó a arder, y luego otro, y luego sus piernas y su pelo y su traje, y luego también ardió el hombre que llevaba en brazos, y los muñecos que se reían de ellos alrededor, y el angelito que tocaba la flauta, y el calor que desprendían las llamas alcanzó la piel de todos los que estábamos allí. Yo sentí que me ahogaba, que el calor entraba por todos los poros de mi mejillas y mi nariz y se posaba en mis ojos, y buscaba en mis pulmones aire o una razón para respirar y no la encontraba, sólo veía colores ardiendo y gente llorando y un mundo acabándose, así de repente, sin que nos hubieran avisado de que iba a ser como esto, sin que nadie repartiese folletos o cartas o pusiera anuncios antes, diciendo simplemente "Esto te va a doler". Y al fin y al cabo, era sólo cartón y madera, madera esmaltada y barnizada, con formas curiosas y graciosas, tiernas, satíricas y, resumidamente, impresionantes, pero no era más que madera, que, además, no se movía, no hacía ni decía nada. Sin embargo, yo asistí a su derrumbe, a su incendio, a su violación, a su destrucción, y sentía que era mi propia vida la que se estaba consumiendo bajo las llamas.