En unos minutos me marcho al supermercado. Perdóname, pero tengo que comprar detergente para lavar la ropa. No te molestes en levantarte. No hace falta que me acompañes a la puerta y simules que te da pena que me vaya. Olvídate de ese beso que tus labios anuncian entre los pliegues. Me voy a ir de todas formas, y sé que no te va a importar.
Después, quizás vendrán los llantos y las falsas plegarias, las súplicas, te pondrás de rodillas pidiéndome una segunda oportunidad. Sé que lo harás, y reconozco que estoy deseando que lo hagas, para escupirte a la cara con las mismas palabras que tú me lanzaste desde tu silencio.
En unos segundos me marcho al supermercado. Olvídame, pero tengo que comprar detergente para lavar mi ropa. No te molestes en fingir que te incomoda ese posesivo. No hace falta que hagas gestos de desaprobación ni muecas de sorpresa. Perdóname ese beso que tus labios tienen intención de darme, y guárdatelo para cuando, alguna vez, te atrevas a querer a alguien de verdad.