Van ya casi tres semanas sin pasar por aquí para dejar un mensajito. Aunque sé que nadie lo habrá echado de menos, que todos se han acostumbrado a mi presencia en forma de goteo, que este año estoy menos de lo habitual, y más lejos que siempre, en cierto modo me duele pasar por aquí y ver mi página triste y abandonada. En parte no he tenido tiempo, en parte no he tenido ordenador, en parte no he tenido nada que contar, pero sobre todo, no he sabido (no sé) cómo contarlo. Y esa angustia de sentarme frente a un folio desnudo, sólo con un bolígrafo en la mano y la frente llena de señales y cicatrices y tardes de estudio, y darme cuenta de que no tengo nada que decir. Que todo lo que estoy viviendo aquí se está quedando en mi garganta, en mi estómago, y no puedo canalizarlo a través de mis dedos.
Nos sentamos por las mañanas, por las tardes y por las noches a comentar las desgracias del mundo, y entre caña y caña siempre se desliza un "mañana", un "el año que viene", un "cuando acabemos la carrera", un "este verano", que a mí hace que se me revuelvan las entrañas y siento que alguien me acaba de pegar un puñetazo en el ojo, que se me está poniendo morado y todos se han dado cuenta, menos yo. La vida está corriendo a mi alrededor, girando en torno a mi cuerpo y yo bailo con ella, me dejo llevar. Y todo es tan bello y tan mágico, y me da tanto miedo que se acabe, que se acabe el baile dentro de mí, que se acabe la magia, que se acabe cuando cambien los escenarios y los protagonistas.